jueves, 24 de septiembre de 2015

Instrucciones para saber qué soy


Si no fuera porque su propia definición la destina a la categoría de exposición temporal, la evolución de las opiniones de una parte del mundo acerca del resto crearía un museo en el que las confluencias y los desencuentros llenarían salas innumerable, darwinianamente repletas de formatos del juicio humano sobre sí mismo –fosilizado, tumoral, inmune, autodestructivo, con o sin núcleo dentro.
En la mochila de un soldado británico que recorría Francia en 1944 viajaban, como una vitrina de papel, las Instrucciones sobre qué encontrar en tiempo de guerra y cómo afrontarlo. Publicadas hoy en nuestro país junto a los no menos estimulantes Instrucciones para un soldado norteamericano en Gran Bretaña y las Instrucciones para un soldado británico en Alemania, tanto condensan la historia de páginas más atroces y antiguas entre los dos pueblos en cuestión, como extractan qué pensar y sentir, qué aceptar y a qué renunciar una vez en un país que no es momentáneamente el que es; que no está donde dicen los mapas sino en Alemania; y que es gobernado por franceses que el resto no reconoce como tales.  
Pulcro, respetuoso, magníficamente atento a la verdad incluso cuando ésta es menos conveniente, el panfleto glosa la historia reciente de Francia, el historial de su relación con Gran Bretaña, y antepone a la obligación de comportarse con corrección el que los alemanes lo hubiesen hecho antes en esa misma tierra por entonces, pese a ser la fuerza invasora –“su comportamiento ha sido deliberadamente mucho mejor, se han comportado con extrema corrección”
Leídas hoy, algunas de sus directrices semejan instrucciones para mirar un cuadro mientras éste es pintado y borrado delante de quien lo observa –“el mero hecho de comprar comida en una granja puede significar con toda probabilidad que algún niño de una ciudad cercana se quede sin comer” y terminan por contar esencialmente la mirada del que llega –“son más educados que la mayoría de nosotros y disfrutan con una discusión intelectual más de lo que lo hacemos nosotros… en esencia, son tanto o más tolerantes que nosotros… han destruido menos edificios notables en proyectos de mejora urbanística… el francés de a pie es bastante más consciente del arte que el ingles de a pie”. La coda del manual consta de instrucciones de cortesía que hoy asombrarían por su delicadeza, por su sensibilidad en tiempos de guerra.
En una versión más contundente, el museo de lo que pensamos de los demás hasta que entramos en razón tiene sedes en todo el mundo: Museos de la guerra, del genocidio, de la invasión, de la colonización, de la esclavitud, de la desaparición de culturas hasta su extinción.
Uno que aglutinara lo que Bélgica pensaba del Congo a finales del siglo XIX, lo que Lousiana de la raza negra a principios de ese mismo siglo, pero también lo que esa misma población, belga o norteamericana, convertida en prototurismo, dejó escrito acerca de esos mismos temas en sus viajes al otro lado de la verdad sembraría de Museos de las Confluencias lo que la palabra “diversidad” reúne de forma menos cultural, política o económica que genealógica.
El soldado británico que disparaba a un alemán en 1944 lo hacía en un país que no era el suyo, para liberar a gente cuya lengua no entendía. Y a la vez, lo hacía no conminado a exterminar al pueblo invasor, sino a “devolverles al país del que salieron”. Una forma más barata de crear esos museos por doquier sería imprimir, en tiempos de paz, lo que cada país elige contar a sus ciudadanos cuando viaja a otro: adjuntar a la mochila de cualquiera, junto a la Lonely Planet, la inexistencia de un Lonely country.
Una de esas guías impresas hoy día podría contar la historia de un país a través de lo que sus nativos dieron al mundo antes de nuestro tiempo: cómo un país cualquiera, unificado en 936, llegó a ser un estado altamente desarrollado y en el siglo XIV empleó la primera imprenta de tipo movible del mundo. Cómo vivieron casi doscientos años en paz hasta mediados del siglo XIV. Y ni Corea del Norte podría negar hoy que su aislamiento actual es solo torpeza política, no destino.

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