La vecina que se dedica al catering trae una
bandeja para que Steph mastique una opinión al respecto. Por cada cucharada mía,
ella escribe dos líneas en un cuaderno. La incapacidad de reconocer sabores es
solo falta de uso de esa memoria concreta –dice. La oferta gastronómica de Lyon
es una oportunidad permanente de reiniciar ese mecanismo, y la incapacidad de
apreciar a la velocidad adecuada qué tipo de casquería nutre el menú de 12
platos la noche que llegamos, una ocasión para rescribir patrones antiguos del
gusto personal.
El mismo camarero actúa como un órgano expuesto
súbitamente al aire: nerviosísimo, lenguaraz, uno no entiende cómo sus mil
muecas hallan el tiempo de asomar dado que no para de hablar. Acosa
explícitamente a uno de los comensales, regaña al resto, es procaz, violento
pese a ir escoltado por un ejército de risa. Es el bufón de la familiaridad con
que en algunos restaurantes de la ciudad parece tolerarse al cliente al tiempo
que se le atiende.
En otro restaurante el camarero abandona la única
mesa a la que atender, sale a la calle, habla por teléfono durantes minutos a
la vista de quienes esperan dentro. Uno de los camareros de una de las terrazas
de ubicación más bella en el parque de la Tète d´Or, junto al lago, barre el
suelo terroso justo al lado de donde nos sentamos para indicar, sutilmente, que
prefieren cerrar ya. En París es siempre así -dice una parisina. Incluso la cualidad inherente a cenar en la terraza de uno
de los mejores restaurantes de la ciudad permite la imagen, Ratatouilleana, de
ver un pequeño ratón ir y venir por nuestros pies, como si la sospecha fuera un
plato más.
Liberados de esa servidumbre, el hábito de gozar de
la comida tiene cómplices a discreción: acostumbrados a que el queso sea en
España parte de los aperitivos, cuando en la fiesta aparece, como es norma en
Francia, al final, solo el gin tonic que uno sostiene en la otra mano impide
pensar que lo que se está haciendo en ese instante es reiniciar la cena dos
horas después de comenzada. Probablemente es justo la intención de la
anfitriona.
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