martes, 22 de septiembre de 2015

Tintes para la copia mala



La falsificación permea la vida de las naciones y su memoria no escapa a esa trampa. Preguntados por aquello que representa su nación en el mundo hoy día, franceses de diversas partes del país recurren a una visión imposible del idealismo democrático en que fueran educados: son parte de algo que ya no se cree nadie. Es un rasgo contemporáneo que comparten, pero su decepción viene acaso de un lugar mejor: preservada la cultura y la educación como banderas no muy remendadas, lo que defiende su presencia en el mundo está hecho de ataques a su misma esencia.
Camuflada la dignidad perdida del obrero en su redefinición a la baja forjada en los mercados laborales sudamericanos, asiáticos y africanos; convertida la patria de la separación de poderes en la de quien vende, por separado, más armas que nadie en Europa a quien lo demanda, Francia vive mejor en los ojos de quien llega a ella que en los de quienes la habitan.
Paradójicamente, el rasgo tan francés del debate ideológico, de la discusión y la confrontación racionalmente entendida como herramienta permanente ha acabado por reproducir, a su pesar, la contradicción que gobierna su forma política de estar en el mundo. En la discusión, no siempre creadora de decisiones, que les anima habita hoy el racismo indisimulado, y exitoso, que defiende marine le pen; la solidaridad extraviada que el socialismo echa en las espaldas de la globalización, o la conversión de la cosa pública en un saco en el que poder parecerse todos demasiado.
Preguntados por cuándo se torcieron las líneas maestras, sarkozy convive con la alternancia de poderes como muro que impide apreciar el momento en que se quiebra. La defensa de los derechos humanos comparte habitación con una cierta indecencia a la hora de aplicarlos cuando más escuece su factura. Inevitablemente, al mundo le es más fácil ser sí mismo en Francia de lo que a Francia le resulta ser ella en el mundo.
En una de las salas del Centro Histórico de la Resistencia y la Deportación se lee acerca del diario colaboracionista Le Nouvelliste, y cómo para ridiculizar la labor de éste la Resistencia logró imprimir clandestinamente en 1943 25.000 ejemplares en todo idénticos al diario original, alterando las noticias para poner en evidencia su papel como marioneta impresa del nazismo. 
En marzo de 2016, producido por la Ópera de Lyon, el Teatro de la Croix-Rousse acogerá nueve representaciones de la ópera infantil Brundibar, compuesta por el checo Hans Krása entre 1942 y 1943, y que fue parte fundamental del ocio infantil en el campo de concentración falsificado que el nazismo erigió en Theresienstadt, Checoslovaquia, para engañar la inspección occidental que las fuerzas aliadas delegaron en la Cruz Roja, y ésta en el suizo maurice rossel, quien con el tiempo sería puesto en su sitio por Claude Lanzmann en uno de sus documentales.
Los niños que participaban en las representaciones eran enviados a Auschwitz cada tanto, asi que el reparto de la ópera era renovado continuamente. Preguntados quienes asistían a ellas, pocos hubieran podido decir algo bueno sin recordar antes lo perdido una semana antes, en el mismo escenario, bajo la misma música, en el mismo idioma e idénticos ropajes. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario