sábado, 4 de enero de 2025

Cantar para ti mismo

 


Los sonidos que no escuchas al entrar en la magnífica Casa da música -en cuyo hall suena un coro que entona música contemporánea- esperan en el mercado de Bolháo el día que lo visitamos. En su piso superior un niño toca acordes de la novena sinfonía de Beethoven a pocos meses de cumplirse doscientos años de su composición. Esa misma noche, incapaces de salir de una calle angosta, serpenteante y empinada, que descendemos como si fuera imposible no salir de un bar sin entrar en el siguiente, una mujer parece estar cantando algo que podría ser fado, coreada por voces y aplausos que tanto podrían venir del piso de arriba como de la calle de detrás.

La misma desorientación gozosa espera a quien empiece a leer el díptico que conmemora el vigésimo aniversario de Casa da música, y hojee después el programa mensual del edificio. La página que en el primero ilustra momentos gloriosos de su programación revela a Lou Reed, Dave Holland o Jane Birkin. A Herbie Hancock, Milton Nascimento, Gilberto Gil. También a Pussy Riot, movimiento feminista ruso pro derechos civiles. Para encontrar a Bach, Brahms, Rachmaninoff, Prokofiev, Schumann o Gershwin hay que acudir al otro amasijo de hojas. Como si escuchar a un niño tocar el piano en la calle solo sirviera para garantizarle tiempo para jugar después a otras cosas.

viernes, 3 de enero de 2025

Y también su opuesto

 


Una exposición en el Museo de arte contemporáneo Serralves, diseñado por Álvaro Siza a partir de una finca centenaria, permite visitar en su edificio más antiguo -testigo de la era art déco- la conexión personal de Mario Soares -primer ministro y presidente de la república portuguesa- con el arte y la literatura de su tiempo, no tan lejano del nuestro. Si lo parece es porque hoy se antoja inconcebible -en nuestro país al menos- que alguien prospere en política a base de priorizar la cultura como vector de reconocimiento social, de cohesión nacional.

Casi parece preludiar la muestra que espera un poco más allá, ya en un edificio de Siza, y que aúna el clasicismo formal del gran Manoel de Oliveira con la faceta más experimental del cine de Jean-Luc Godard, que acabaría por predominar en su filmografía, una vez convertido en un teórico cinematográfico que propugnara un cine no obligado a parecerlo. 

Las ambigüedades del lenguaje político y artístico hallan un espejo contradictorio esa misma noche, cuando, preguntada, la dueña del bar con terraza en el que estamos sentados dice preferir los anglohablantes a los españoles. Y a cualquiera sobre los brasileños, que al conocer el lenguaje pueden abusar, sin gran esfuerzo, de los derechos que da beber e interactuar simultáneamente con quienes les rodean. Los músicos que se turnan el centro de la pequeña plaza lo expresan sutilmente: solo cantan en inglés.

jueves, 2 de enero de 2025

La ciudad indiferente

 


Viajar el primero de enero ayuda a no terminar de acabar un año ni empezar otro. Ni siquiera el puente Luis I, que hace décadas rodábamos y teñíamos de rojo en anuncios de televisión para una aseguradora especialmente casposa, parece ya del color grisáceo del acero. Como sucede en la otra orilla del Duero, a los pies de uno de sus pilares hay músicos que versionan temas ajenos, que no suenan, así, ni a quien los cantara originalmente ni a quienes los versionan. El turismo es un creador de híbridos y lo raro en Oporto es que sus calles no parezcan necesitar esa fusión que en tantos lugares del mundo convierte en establecimientos de calidad dudosa cuanto podría querer consumir un turista. 

Quizá porque lo paseamos sin apenas presencia de las hordas que cabe pensar invadan la ciudad cada tanto, sus calles están vacías a partir de las 23h, la música no atruena desde bares infames, ni siquiera las cadenas de comida barata parecen prevalecer sobre una oferta más sensata y acogedora. Solo los precios delatan de cuando en cuando que en muchos de esos sitios a quienes podrían esperar es a un visitante. Es, con todo, el precio más razonable que una ciudad tan atractiva debería exigir a quien llega a invadirla. 

Visitadas cuando nadie se bañaría en ellas, a merced del viento del Atlántico y de la lluvia que ha empezado a caer, las piscinas das Marés, diseñadas por Álvaro Siza entre 1960 y 1973, también representan una forma digna, majestuosa de hecho, de convertir una costa intratable -el agua que baña Portugal está helada incluso en verano- en un habitáculo que doméstica, no el mar -del que se nutren las dos piscinas ubicadas en la playa de Leca de Palmeira-, sino a quienes se bañan en ella, convertidos así en alguien que está en una playa sin estarlo, que se baña en el mar sin bañarse. Que visita Oporto sin que a ésta parezca importarle demasiado.

miércoles, 1 de enero de 2025

La quimera


Rodeada de casas mal conservadas que parecen estar esperando la resurrección, la filmoteca de Oporto alberga estos días una retrospectiva de Alice Rohrwacher como si el cine de ésta, bañado en metáforas sobre la vida después de la muerte, estuviera hecho para sus calles, incluso si estos días de principios de año es otra la extrañeza de las cosas que ya no lo son: la lluvia que -nos dicen- cae de octubre a marzo ha dado paso al sol. La librería que aún expone -se supone- libros que poder comprar es visitada como si fuera un parque temático de la cultura de otro tiempo, o más probablemente porque las guías turísticas se refieren a ella como el lugar en que se rodaran ciertas escenas de una saga de películas infantiles. La única fila de gente que vemos en cuatro días se forma delante de su puerta.

Tampoco la hay delante de la filmoteca, en la que los pases, como en el cine de Rohrwacher, no se adentran mucho en la oscuridad. Uno puede entrar a ver una película a las 15.15 y tener una última oportunidad a las 21.15. Algunas de ellas se proyectan con subtítulos en inglés. Fuera de las pantallas, la familiaridad linguística es aún más amplia: llega un momento en que olvidas que estás en un país dotado de otro idioma. Todos parecen entender español y la mayoría lo habla. La facilidad a la hora de escuchar halla un equilibrio adecuado en el extremo opuesto: su habla es suave, educada, ni estridente ni brusca. Adecuadamente purgados del fanatismo patriótico, de la brutalidad, la vulgaridad y la ignorancia como cualidad de la que presumir, son nosotros sin nosotros.