Como la distancia y la brevedad del viaje no ayuda a
entender del todo los perfiles exactos de según quién en la política argentina,
ayuda que ciertos actos sirvan de infalible resumen. Poco antes de subirme al
avión, se lee en El País que el alcalde de Buenos Aires –mauricio macri- viene
de hacer público el nombre y la ubicación de una mujer violada que se dispone a
sufrir un aborto. No contento con vetar la ley que desde 1920 autoriza la
interrupción voluntaria del embarazo en caso de peligro para la vida o la salud
de la madre, y más descontento aún –cabe pensar- con que desde marzo de este
año las embarazadas producto de una violación que además sean discapacitadas
mentales o menores de edad, ya no deban recurrir a la justicia para pedir
permiso, el regente logra que en la habitación donde se halla ingresada la
paciente irrumpan el capellán del hospital, acompañado de miembros de una
organización católica generosamente disponible. Es decir, los que no se hallan
fuera, manifestándose delante de la casa de los padres de la joven –que
ignoraban que aquella estuviera embarazada- o delante de la casa del director
del hospital. Cita Alejandro Rebossio que la ley de 1920 tolera el aborto en
caso de violación a mujeres “idiotas o dementes”, y que al menos en este último
punto sí acepta macri el dictamen. Excluida, pues, de la ecuación la demencia,
nos queda la idiotez como causa punibles. Como recientemente presumiera un senador
republicano en Indiana –“si se produce un
embarazo en una violación es porque dios lo quiere”- o como recoge la nueva
ley del aborto aprobada en nuestro país, que entre otras novedades sostiene que
un hijo indeseado no daña a una mujer o que la malformación no es causa
objetiva de aborto, la estupidez, como tan obviamente la demencia, producen seres
que una ley adecuada evitaría por el bien de todos.
sábado, 24 de noviembre de 2012
viernes, 23 de noviembre de 2012
hechos de omisión, cuerpo y violín
Timbre 4 es el único sitio de Buenos Aires al que, sin
conocerlo, se qué quiero ir si me preguntan. Su sonido llegó a Madrid hace
cuatro años, la llamada a exponerse al teatro furioso y hondo de Claudio
Tolcachir, resonante desde el teatro Español en su trilogía –La omisión de la
familia Coleman, Tercer cuerpo y esta El viento en un violín, que finalmente
vuelvo a ver, esta vez donde fue concebida. Los muebles y las caras son las mismas
que llevan años girando por todo el mundo. Tú eres normal –grita la madre al hijo
que es cualquier cosa menos eso. Ni en esta ni en ninguna de las otras dos
obras hay alguien normal, si exceptuamos el médico de La omisión, y tanta
patología exhala un aire paradójico de proximidad, de vulnerabilidad marciana a
la que nadie, bien pensado, es ajeno. Hechos de un imposible intento, son parte
de la más insospechada de las influencias –el naturalismo.
vivir entre dos amores
Uno no logra encontrar la casa hermosa que estuviera a
punto de comprar en el barrio de San Telmo hace cuatro años, y quizá sea mejor,
no sea que quien viva en ella se me parezca. Uno compró su casa en Madrid en
los días en que esa decisión había de ser tomada a toda prisa, nada más verla,
so pena de que alguien viniera a quedársela tras de ti. Asi que, si algo,
cierto valor había de tener decidir comprar una casa tras llevar cuatro años
viniendo a Buenos Aires. Antes de que bancos, gobiernos y promotoras –valga la
redundancia- decidieran que una casa era un jersey, esa casa era donde ibas a ser
para toda tu vida. Un escultor habitaba aquella de San Telmo, tenía un patio dentro,
no mucho más recuerdo. Me pregunto si quien viva en ella sueña alguna vez con
vivir en Madrid.
jueves, 22 de noviembre de 2012
más o menos madera
Subirse a uno de los trenes de la línea General Roca que
une, entre otros, el barrio de Bernal con Buenos Aires es viajar en el tiempo
con no menos inquietud de cómo se viaja en el espacio. Pues nadie cierra las
puertas que luego permanecerán abiertas durante el viaje, no pocos viajeros
llegan y salen de la estación prácticamente en los peldaños, y no porque el
tren vaya lleno. Algunos saltan en marcha, sin esperar a que el tren pare.
Dentro vocean unos y otros, según la mercancía que se haya subido a vender. Inaugurada
en 1865, la estación de Constitución a la que se llega es, con 16 andenes, la más
grande de Sudamérica. Su toponimia, incluso siglo y medio más tarde, es su más
afinado sustantivo: erigido por la orden religiosa de los padres Betlemitas, antes
de llamarse mercado Constitución, antes de ser el mercado del Alto, el lugar en
que se construiría la estación fue llamado originalmente La convalecencia.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
aprecio de la gran vía
Subir la calle Corrientes es amar dos calles a la vez: el
tipo de gran avenida que pisas en Buenos Aires y la que rehúyes en Madrid. Llena
de librerías –aunque muchas sean de saldo- y de teatros –donde, junto a no poco
saldo, hay una decena de teatros, cines y centros culturales espléndidos-,
Corrientes es la Gran Vía que uno querría en Madrid, en lugar de ese gran mall
al aire libre en que se ha convertido, hecho de teatros para la mediocridad,
tiendas de ropa intercambiables y restaurantes lamentables. En ambos casos, son
calles hechas en buena medida para el turismo. Y sin embargo, aquí –allí- uno
se siente un turista más digno, menos idiota de lo que inhalo al caminar por la
Gran Vía. Es, eso sí, difícil competir con ella en belleza arquitectónica y
Corrientes no lo hace. Quizá por ello no deja de ser una calle argentina en
todo momento. Qué sea la Gran Vía es cosa por saber.
anúnciese aquí
La publicidad que trepa a los edificios a veces se baja
para recalar en lugares paradójicamente menos visibles, desde los que aspirar,
sin embargo, a mayores logros. Empresas armamentísticas, petroleras, emporios
del juego, el lavado de dinero y la prostitución legalizada obtienen más réditos
financiando al partido republicano en Estados Unidos del que pueda darles un
anuncio en medio alguno. Es mera casualidad que cuando la falta de fe en ese método
produce inversiones publicitarias en televisión, cadenas como la fox de murdoch
se comporten con el mismo impulso reaccionario y criminal con que lo hace el
partido al que defiende. A escala más pequeña, las marcas perpetran errores más
pequeños, y quizá por ello han de repetirlos más, y así es frecuente leer en El
País referencias a “la prensa afín” que jalea cada acto del gobierno argentino
actual. Pero ninguna mención a cómo asomarse a clarín –el diario más vendido
allí- recuerda mucho al pasmo que sobreviene a hojear aquí abc o la razón. Es
duro apoyar a un gobierno sin que tu reputación periodística se tambalee, y un
remedio siempre a mano es haberla perdido antes de que alguien pueda echarla en
falta –véase la mayor parte de la prensa nacional en nuestro país. Como en casi
todas las áreas de la vida, se entendería todo mejor si cada persona que cree
pagar por un periódico supiese en todo momento quién lo paga en realidad.
O nunca
Como si la convicción metereológica estuviera ligada a la
contundencia con que se debate aquí, los días de calor intenso se interrumpen
un breve lapso… que sirve para inundar la ciudad y no pocas de alrededor. Tras
dejar atrás la Casa de gobierno, los soportales de Leandro Alem son el único
paraguas del día que sí protege. Siguiéndolos, una vez transformada en Av.
Colón, asoma La facultad de Ingeniería, que aúna la precisión propia del tema y
sus columnas imponentemente griegas, con el más insospechado temario que representa
el mármol de las paredes de cada uno de los pisos. Originalmente empezado a
construir en 1951 para albergar la Fundación Eva Perón, durante los seis años
que la albergó vio pasar por su hall familias pobres de todo el país que
llegaban para solicitar alimentos, libros, juguetes, ayuda para poder estudiar
en la ciudad. Siendo muchos de ellos analfabetos, se escogió un color diferente
para cada una de las plantas del edificio, de forma que pudieran reconocer el área
al que se les enviaba. Entre la necesidad original de servir para ser entendidos
por todos y la posterior de educar en la complejidad, los cinco ingenieros que
luego serían Les Luthiers se conocerían entre estas paredes para honrar ambos
propósitos.
domingo, 11 de noviembre de 2012
Salir a dejarse cosas
Tiene un cuento Haroldo Conti –Marcado- en el que un
hombre sale con su barco a robar piezas de otros barcos, que poder vender. Como
alguna vez el barco que desguaza en vida está ocupado, el protagonista -el
Polo- se lleva el plomo que vino a robar y el que no. La primera vez que
salimos en el Fauno II, tras girar en el ramal del río, a la altura de la
Escuela naval abandonada, surgen dos gigantes arrumbados, apoyado uno sobre el
otro, convertidos en óxido, esperando que los peces se coman lo que es
dudosamente rentable desguazar. Pasan seis días hasta que salimos de nuevo, esta
vez al Río de la Plata, a contemplar una regata. Es entonces, sometido al
oleaje real, cuando uno se descubre en el protagonista de otro cuento sobre
barcos, también de Conti –Todos los veranos-, en ese personaje que dice “un hombre como yo sin un barco como yo no
está completo”. Traducción: cuando más completamente tranquila la navegación,
más completo vuelvo a tierra yo.
monolitismos
Tan frecuente como sea en política hablar para un público
mientras se mira a otro (al que realmente se dirige el mensaje), la crítica a
unas políticas no pocas veces tiene que ver con ver con cómo les va a quienes
también las aplican en otras latitudes. A partir de eso podría pensarse que la
manifestación del pasado día 8 en Buenos Aires, convocada contra el gobierno de
Cristina Fernández, es contra… Venezuela, que al cabo comparte con Argentina
una de las inflaciones más altas del mundo, una tasa de cambio en permanente
descenso, la capacidad dudosa de su Banco Central de mantener reservas, una
economía sobreprotegida y el mordisco de una inflación sin límite aparente. La
paradoja está en que, incluso con semejantes méritos propios para merecer la
protesta, el gobierno actual argentino podría haber esquivado la comparación
sin mayores problemas –al cabo, parece endémica- si no alentara el único símil
con Chávez del que este es inocente: la reelección legítima. De cuantas
demandas cacerolee la gente en la calle, ninguna es más real que la
inconstitucionalidad de un hipotético tercer mandato al que Fernández
aspiraría. El resto se dividen entre las obvias -inseguridad y una inflación abrumadora
negada sistemáticamente por el gobierno año tras año- y las sospechosas –lo que
Clarín devuelve en visión ampliamente deformada del país a raíz de la Ley de
medios que fuerza a un dinosaurio a convertirse en un ciervo. Yo me
movilizo en defensa de nuestras libertades y derechos consagrados en nuestra Constitución
Nacional –reza la
papeleta pisoteada por doquier a lo largo de la avenida 9 de julio. Patrocinada,
como las camisetas, por partidos de derecha o directamente reaccionarios, la
protesta tendría más sentido si la sospecha sobre el pronombre demostrativo –nuestras- no fuera tan automática, tan
escasamente demostrativo.
del teatro manco
Hay un reverso oscuro en los méritos que llevan a algunos
nombres del teatro a merecer un edificio al que nombrar desde ese instante, y es
que, una vez muertos, no pueden defenderse de la programación puesta a sus pies.
Incluso si por cada Adolfo Marsillach, Lope de Vega o no pocas veces el Fernán
Gómez, hay un María Guerrero o un Valle Inclán, uno está indefenso ante los
méritos de los teatros de otros países. Sin salir de Buenos Aires, el Margarita
Xirgú alberga una programación que mejor merecería una charcutería, y a esa
lista de traiciones ha venido a sumarse, insospechadamente, el Cervantes, que
representa estos días el sainete Jettatore, de Gregorio de Laferrére, que
tratando de la mala suerte adjudicada a un supuesto gafe, versa en realidad de
la mala suerte de quienes pagan la entrada para ir a verla. Actualizada para no
parecer un texto de 1904, sino… mucho más acartonado, la versión de Agustín
Alezzo resulta una comedia contada con tics de mala zarzuela, que, por si las
dudas, viene con instrucciones precisas de cuándo reír, y así, don Lucas/Mario
Alarcón –el gafe- pasa continuamente de dirigirse al resto de actores a hacerlo
al público. El resultado es un monologuista con la gracia de un enterrador.
Como si hecho para no desperdiciar semejante alarde
contra ti mismo, Javier Daulte (que, como Veronese y Tolcachir, tiene tres
obras en cartel) perpetra estos días en el San Martín un Macbeth que
Shakespeare querría obra… de Edward de Vere. Resumen de lo que veo antes de
huir, como casi todos en mi misma fila: las brujas, que en un primer momento
parecerían diseñadas para ser clones de lady gaga, resultan solo… prostitutas a
las que Macbeth paga para que hablen y que parecen violar a Banquo mientras le
cuentan su cuota de profecía. Sin especial grandeza languidece todo hasta que, poco
antes de que el cadáver de Duncan sea hallado con el grito clásicamente helador
de Macduff, sobreviene el hallazgo nunca asomado: Macbeth puede ser también una
comedia. Basta con introducir un monólogo en el que el soldado encargado de
abrir la puerta del castillo a quienes vienen a desvelar el crimen se pregunte
en alto por el rol de los personajes pequeños en el teatro, por cómo les irá al
resto si él decide no abrir la puerta y paralizar la acción. Me van a matar
porque rompí la cuarta pared –dice en plena y larguísima bufonada. El resultado
es que la gente sigue riendo cuando la muerte del rey se revela. Logrado el
culebrón, cuando Macbeth vuelve a escena para declamar su negrura contra sí
mismo, es difícil no verle como un cómico sin gracia. Cuántos desdichados saldrán,
como uno, de la primera para caer en la segunda.
sábado, 10 de noviembre de 2012
de dónde venimos
Solo días después de que menem amenace con recordar hacia
dónde vamos si nadie se lo impide, el Museo de Ciencias Naturales de La Plata
reluce como un fósil que contuviera otros, segregados acaso por sus paredes,
sus escaleras, sus vitrinas, sus paredes, sus bustos, sus cartulinas ajadas
donde escrito el nombre de cada criatura disecada, de cada hueso teñido de
vejez. Es un artefacto tan propio del país como ajeno a los habitantes de
Buenos Aires, plenos de agitación, de una tensión constante a medio camino de
la vitalidad y el descarrile. Hechos de un civismo descascarillado que tanto
recuerda al italiano y al español, que siembra de desperdicios calles y
carreteras mientras sus conductores se manejan como si aspiraran a convertirse
en uno más, que aúna la alegría y la desconfianza, el orgullo y la generosidad,
son nosotros sin que necesariamente tengamos que vernos reflejados. También ese
espejo ha de poder ser mirado desde detrás.
banco y de pruebas
Diseñada como una provocación para una población
caracterizada por lo barroco, la catedral neogótica de La Plata está vacía el
día que la visitamos, y no es raro pensar que a la jerarquía nacional ha de
resultarle difícil renunciar a llenar sus paredes semivacías con retratos de
los santos patrios, sacados del Peronismo o del fútbol. Sus bancos, casi
nuevos, como si nadie se hubiera sentado en ellos, sugieren esa verdad no
exclusiva de estas paredes: el futuro de estos pasillos no habla de fieles sino
de espectadores.
brotes traídos en la maleta
Traídos por mi amigo Leandro y perdidos después en algún
lugar de su taller, los huesos de durazno comidos en España han resultado,
injertados en suelo argentino, un hermoso árbol lleno de frutos que a estas
alturas del año lucen aún verdes y duros, tan apetecibles como incomibles. Los
símiles viajan en las maletas también y los brotes verdes de la economía
española dejan ver aquí huellas parecidas –una pasmosa burbuja –esta
inflacionaria- que se hincha a la luz del día desde años, una economía subsidiada
que alimenta el déficit por venir, una prima de riesgo disparada que dificulta
la financiación del país, o un cultivado cainismo político a la altura del
nuestro. Pero también es el reencuentro con la piel suave y agreste de una
ciudad –Buenos Aires- que uno ama desde que pone un pie en ella, y que acaso
cuenta como pocas cosas el destino al que se ve aferrada la influencia latina
–o su derivada transatlántica: cómo la costumbre de indisciplina, improvisación
y dejadez que perjudica nuestras economías es justo el que pudiera hacer las
calles tan henchidas de vida, tan paseables. De negro uno, de blanco la otra, también
a asistir a esa boda ha venido uno.
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