domingo, 11 de mayo de 2014

en medio del viaje doble


Como si tantos meses de penumbra volvieran más valiosa, más necesaria, cada ración de luz, la franqueza es una bombilla que sorprende hallar: por dos veces en apenas cien metros, personas distintas renuncian a venderme lo que pido comprar –un billete de metro- para sugerir que lo haga justo enfrente, donde es más barato. En un restaurante en el que desayunamos, uno de los camareros dice, sin bajar la voz o mirar alrededor antes de hacerlo, que el establecimiento de al lado es mejor sitio que éste para tomar café. En una pastelería céntrica, lo primero que señala la señora que atiende el mostrador es que los cruasanes de arriba, de aspecto delicioso, son de ayer, al contrario que los de abajo, hechos hace unas horas. La mujer que despacha las entradas para acceder al Palacio Real no espera a que hagas el cálculo y directamente te dice que la Stockholm card, válida para entrar en museos y utilizar el transporte público, no nos compensa. Cierta confianza en que la honestidad es algo que viaja en ambas direcciones, y que en otros países no se usa por miedo a quedar en desventaja, al ser acaso el único en usarla, permite aquí subir a un barco sin que vengan a cobrarte el billete hasta que estás ya en mitad del archipiélago, o comprobar que, a minutos de que se haga de noche en una isla medio vacía y con todo cerrado, siendo el único ser humano que espera el barco de regreso a Estocolmo, y sin que lo veas aparecer por lado alguno, de alguna forma que no sabes, el barco estará en el muelle treinta segundos después, a la hora convenida, aunque sea para comprobar –como así será- que eres el único viajero que transporta. A merced de los incontables icebergs sueltos en cualquier lugar del mundo, asombra cómo la naturalidad de este civismo surca esta sociedad en aparente línea recta. 

2 comentarios:

  1. Y no diste a la primera con el sitio barato o el sitio bueno ni una sola vez...

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  2. Son suecas... Ni escuchando mil veces lograría concentrarme en lo que dicen

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