jueves, 15 de mayo de 2014
La cadena del frío
Quizá porque el calor es, en estas latitudes, un bien tan fugaz que se diría que se alquila más que se disfruta en propiedad, en Estocolmo es difícil encontrar casas de alquiler. Y quien desee hacerlo con una casa de su propiedad ha de ganar la aprobación de la Comunidad de vecinos en que viva inserto. Un vecino de D. no puede alquilar la casa a su madre porque sus vecinos no lo aprueban. La razón, fomentar la estabilidad, la previsibilidad. Si suena incómodo ha de ser porque, obligados a saber que su vecino tiene una madre, incumplen así la norma básica: relacionarse escasamente con quien vive en la puerta de al lado. La paradoja se entiende más a medida que te alejas del portal, pues más crudo el invierno, más importantes resultan aquí las organizaciones –la que une a los amantes de la ópera, a quienes practican deportes de invierno, a quienes gustan de la literatura italiana. Lo que se necesita para pasar el invierno es visto como un problema a la hora de pasar de tu puerta. A escasos metros del portal del que salgo cada mañana, un pequeño cementerio, anexo a una iglesia y del que ningún muro o disposición menos cuidada separa del resto de los jardines que lo rodean, ve cómo, en verano, quien lo desea se tumba a apenas unos metros para tomar el sol, leer o hablar. Alquilar un trozo de tierra ha de ser, precisamente, lo que más agradece quien lo tiene, justo al lado, en propiedad.
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