viernes, 16 de mayo de 2014
Sol de penumbra
Días antes de que recuerden a las copas de cristal que hay en el Palacio Real de Estocolmo, en la estancia previa en donde los galardonados con el premios Nobel cenan con los reyes suecos cada año, en el bar Sandhamns Värdshus, en el pueblo de Sandhamn, hay 24 vasos, cada uno de ellos con un nombre en él, acaso el censo completo de los que pasan aquí el invierno. Y cabe pensar si, por dignidad, éstos no entran en el bar en los meses de verano, cuando miles de personas vienen a ocupar las casas que se agrupan frente al puerto, o en las que, al suroeste de la isla, se abren a las playas que salen de los bosques para afrontar el Báltico. El día que recorremos la isla, descontados los tres turistas que hallamos en una de las playas, no serán más de treinta los nativos que vemos trabajando en la construcción de nuevas casas, arreglando la vegetación allende sus vallas o jugando a los dados en el bar. Refiere D. que la soledad oscura a la que se sobrevive en invierno produce suicidios, no en sus meses más duros, sino cuando la luz se adueña del día en junio, y los suecos se lanzan entonces a exprimir cada una de esas horas de calor tanto tiempo deseado. Aquellos que, en el momento de interrumpir la hibernación -¿invernación?- no hallan fuera las mismas razones que los demás para vivir intensamente esos días caen por comparación, ante la explosión de vida que obliga a concentrar en esos tres meses de verano lo tan esperado durante nueve. Una luz que no se apaga en semanas. Cómo resistir el sueño ajeno si no puedes conciliar el propio.
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