lunes, 15 de abril de 2013

Enrique Morente el turco


En un restaurante bello y antiguo pintado sobre –dentro- de lo que fuera la casa de un pintor impresionista turco, y en el que suena algo que podría ser Brahms si escuchas a la izquierda, y desde el que surge, asombrosa, la Mezquita azul con solo mirar a la derecha, una segunda melodía llega, acaso desde alguno de sus minaretes: una letanía aflamencada que invita a la oración como podría hacerlo al baile con solo suprimir sus primeras y últimas sílabas, tan obviamente turcas como intercambiable sea su parte central. Y suena apropiado que empezar la semana santa en Constantinopla contemple una saeta, aunque sea para reivindicar cómo lo más hondo de la cultura del sur de nuestro país contiene la raíz islámica que, expulsada hace cinco siglos largos, se quedó a vivir entre nosotros con el poder intacto de esa religión laica: el folclore. La copia local surge cuando, días después, preguntemos por el significado de unos dibujos en los que aparece un profeta de cuya cabeza brotan llamas, y del que el vendedor, balbuceante en vano, con gusto nos despacharía la única respuesta que ha de venirle a la cabeza: al imprimirlo es religión; al comprarlo, solo turismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario