Viajar
con S. supone que, al menos en un punto, el hambre por descubrir la ciudad en
la que te hallas nunca va a ser saciada del todo. La gula convertida en virtud
convive hoy con el recipiente que la denominara pecado: la misma semana en que
se lee que la iglesia alemana anuncia su disposición a vender templos sin uso,
que tanto da que se conviertan en restaurantes como en cines, o cómo el teatro
de la Abadía, en Madrid, permite recorrer las dependencias de lo que no hace
tanto fuera una iglesia, a escasos cien metros de la casa de S. en Haarlem uno
puede entrar en Jopen, la iglesia que alberga hoy una fábrica de cerveza cuyas
cubas pueden verse desde el bar que ocupa la nave central. De los dos harenes
posibles mientras recorremos el palacio Topkapi -uno lleno de mujeres hermosas
semidesnudas y otro de cocineros- casi compensa renunciar a la fantasía propia
mientras ella alimenta la suya.
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