El agua
que apenas cubre ya la Cisterna basílica tiene un papel antiguo en la suerte de
la medusa gorgona hacia la que llevan las pasarelas que permiten recorrerla, en
busca de su más preciado tesoro: los capiteles con forma de cabeza ubicados en
la base de sendas columnas. Violada por el rey del mar, Poseidón, Atenea
convirtió la cabeza de su antigua sacerdotisa en serpientes, cuya mirada
convertía en piedra al que la mirara. Es una metáfora sobre la privacidad que
ha hecho fortuna: siglos de fabulación sobre el harén que contenía el palacio
Topkapi, vedado a la mirada de cualquiera que no fuera el sultán y los eunucos
que trabajaban en él, han devenido en hordas de mujeres tapadas a las que
nadie, sino su marido o su padre, puede ver el pelo o, en su grado más extremo,
en mujeres completamente tapadas de negro salvo por una rendija a la altura de
los ojos, convertidas en su propio harén, esto es, en su propia prisión, eso
si, ambulante. Desde algún lugar del panteón bizantino, indemne a siete siglos
de dominación otomana, Poseidón sonríe.
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