La longevidad que el Antiguo Testamento adjudica a los
patriarcas –Matusalén habría vivido, el pobre, 969 años; Yéred, 965; Noé, 950; Adán,
930- hubiera querido uno para el menos afortunado gregorio de Agrigento, obispo
que ordenara transformar el asombroso templo de la concordia, en Agrigento, en la
iglesia cristiana que sería hasta 1748. Fallecido en 630, de haber vivido hasta
ese día, hubiera logrado dos cosas adecuadas: superar en 118 años a Noé y haber
podido ser fusilado. Si murió antes, quizá fuera por el disgusto de verse
víctima de una conspiración, tal como se lee en una página santoral, que hoy
hubiese sido más piadosamente entendida –“muy
pronto, su celo por la disciplina molestó a sus súbditos y el santo fue víctima
de una infame conspiración. En efecto, sus enemigos introdujeron en casa de san
Gregorio a una mujer de mala vida, la «sorprendieron» allí intencionalmente y
acusaron al obispo. San Gregorio fue convocado a Roma, donde probó su inocencia
y regresó a su sede.” Apiñados,
refugiados del temporal en esculturas modernas, el día que vamos a Agrigento
mejor hubiéramos querido a Noé, para saber a qué atenernos si la tormenta dura
un minuto más.
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