martes, 16 de octubre de 2012
bajo y sobre el volcán
Las representaciones de los dioses en mosaicos y frescos les muestran siempre con la boca cerrada. Y acaso la prueba del origen mitológico del volcán fuera la boca abierta de esa otra definición del dios: el monstruo. Son varias las que permite ver de cerca el paseo por el Etna, de ellas brota sin cesar el humo de un fuego que, también como los dioses, duerme un sueño incierto y cuyo calor de cosa viva uno puede sentir con solo desplazar una fina capa de la ceniza volcánica que cubre el suelo. Desde una de las primeras bocas en salirte al paso puedes ver las figuras humanas con la perspectiva que un dios tendría de los hombres. De no haber llegado antes la toponimia fenicia, cananea o griega, o la ninfa Etna desde la mitología griega, acaso el volcán que uno pisa como si en Marte, acaso mereciera el mejor nombre de monte Virgilio, uno de los pocos hombres que mejor pudiera entender la diferencia entre la profundidad abisal de los dioses geológicos y los seres que habitan las faldas de su ira. Tres siglos después de haber recogido en su Eneida la visión horrorizada del Etna desde fuera, Dante le permitiría describirla, con no menor horror, desde debajo.
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O_O
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