A escasos metros del anfiteatro conservado en Siracusa, es
difícil saber a qué profundidad de la cueva que guardara a los esclavos les era
imposible escuchar el atronar del público al celebrar las gestas representadas.
Una de ellas fue Los persas, de Esquilo, que pudo haber estrenado el anfiteatro
en el 467 A.C. Su historia es la del rey Jerjes, derrotado ante el ejército ateniense
en la vida real solo siete años antes, y por la ira de los dioses en la trama
de Esquilo, en castigo por la vanidad de aquel. Esquilo debía saber bien que fueron
las espadas griegas las que lograran aquello, pues estuvo en la batalla de
Salamina que decidiera la contienda. Que quien supiera la verdad decidiera
atribuir el mérito a otros es una paradoja que a los habitantes de la cueva
debía de parecerles insignificante. Siendo muchos de ellos solo el papel nuevo que
los vencedores les atribuían al capturarles, tenían vedado asistir a las representaciones
teatrales.
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