lunes, 15 de octubre de 2012

fe de sobras


Incluso antes de exponerte al tráfico siciliano, la suciedad te atropella allí donde miras. En cunetas o calles, en las inmediaciones de iglesias o de sedes gubernamentales, en los confines del siglo XVI o al pie de la arquitectura del XXI, desechos de todo tipo se acumulan como si aspiraran a convertirse en montañas nuevas o edificios singulares que pudieran figurar en los mapas con solo unas décadas más de perseverancia ciudadana. A fuerza de verla resistir la mañana sin nadie que ose molestarla, se asiste a la basura como a una tradición más, una escama de la sociedad prodigiosa que exuda vida y esparce desdén con la misma mano, como si lo primero no fuera posible sin idéntica pulsión en lo segundo. La plaza que enmarca un palacio majestuoso está sembrada de residuos como si el confeti que lo celebrara; el árbol en flor que crece al pie del arco imperial parece dar frutos maduros del plástico y el papel; las colinas perfectas de viñedos, olivos o naranjos lucen jalonadas por una alfombra de desechos a los lados de la carretera; los templos de la roma imperial, sus villas, la presencia imponente de sus residuos no escapa a la chuchería del embalaje desechado de nuestros días; el paseo marítimo iluminado por una luz magnífica termina en un basurero encharcado en el que se refleja una virgen esculpida hace siglos. Uno acaba pensando si la patina que ha adquirido la piedra de edificios centenarios no vendrá del tiempo sino de la vergüenza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario