viernes, 19 de octubre de 2012

verter


Doce años habían pasado desde que Goethe escribiera Werther cuando sus viajes por Italia le llevaron a Palermo. Jules Massenet completaría con su ópera el personaje en 1892, un siglo más tarde. Al hacerlo, también desplazó a Italia al personaje. O más exactamente, a su negro destino. Así, donde Goethe hizo de Albert (marido de su amada) escudo, Massenet, al pintarle suspicaz, indiferente, celoso, le convirtió en la primera de las pistolas que Werther empleará para matarse. Una que, lo que dudosamente hubiera aprobado Goethe, acaso convierte a la razón de la estabilidad del amor de Lotte –Albert el bueno, el noble, el justo- en una segunda mano asesina. Suya la que, al leer la carta de Werther en que le pide sus armas, henchido de celos ordena, más que sugiere, sea Lotte la que las descuelgue y entregue al criado de aquel. Como si ordenara a la bala ir a buscar el percutor. Si en la novela es ella la que calla, en la ópera también él. Paradoja de la versión cantada, a la creación de dos vidas que son, en sus sentimientos, más (Werther) o menos (Lotte) silenciadas, se añade una más. Goethe escribió sobre un suicidio. Massenet añadió ese rasgo del siglo XX que apenas asomaba aún –la importancia de los cómplices de asesinato. 

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