para Juan, Cristina e Isabel.
sábado, 18 de enero de 2014
jueves, 16 de enero de 2014
desusar el uso
Las botellas de plástico que contuvieran agua son empleadas para guardar la arena del desierto que te traes de vuelta. Los euros que alguien dejara en sus comercios o cambiados por moneda local tiempo atrás, te son ofrecidos hoy por los niños a cada paso. Los camellos que en medio mundo simbolizan el primer regalo del año transportan aquí el regalo mismo, en forma de turismo. Paradojas, reversos, mutaciones. La mirada nueva que sobre algunas partes de tu vida te espera a la vuelta, fugazmente, al cruzar la puerta de tu casa, se adquiere tan fácilmente como se pierde, al alejarse en el tiempo el estímulo. Cuanto te sobra, cuanto no usarás, cuanto tienes solo porque para eso lo venden. Tu oportunidad de distinguirlo dura lo que tardas en considerar inadmisible las pelusas que se han congregado bajo la mesa del salón en tu ausencia, lo que te lleva guardar la botella llena de arena en la vitrina que guarda tesoros similares. Los innumerables trozos de periódico cuya lectura demoras, los libros dejados a medio leer, el amor a medio amar. La claridad en las prioridades llega incluso a los sentimientos, que parecen ponerse en su sitio por un breve tiempo. Preguntado M- -traductor, guía- por esa otra muerte tan invisible como presente –los escorpiones-, responde que hibernan, enterrados. ¿Y en verano? –preguntamos. Cada uno con su suerte –responde. Esa otra botella que vacías y llenas de cosas opuestas.
el bazar de Noé
Una vez en casa, la veintena de figuritas talladas en piedra semejan un belén donde los animales se hubieran comido a la familia fundadora del Cristianismo, aunque la disposición final en la estantería más recuerde a la expedición que se encaminara hacia el arca, que en esa parte de la casa es la cafetera. Negociar en un bazar de cualquiera de las poblaciones de esta parte del país se parece también a eso: ir a comprar un objeto cuyo valor, en el regateo, va y vuelve del arca a la cafetera sin que al vendedor parezca importarle mucho disimular que en su cabeza conviven los dos a capricho. Preguntado tres veces en cinco minutos, el precio de un objeto puede ascender o despeñarse sin un patrón reconocible, como si el esfuerzo por hacerlo parecer en su fabricación más antiguo de lo que es alentara y desalentara la misma espiral en quien lo oferta. La fatiga del vendedor, atada a la fatiga de los materiales. Regatear lo que vas a comer y lo que te colgarás del cuello, a quienes te abordan a cada paso y a quienes, de ser mujer, pueden perseguirte en un zoco para preguntar si quieres un beso con lengua o algo más. Negociar el frío helador de la noche sahariana como quien regatea sin esperanza. Regatear alerta en la fila de entrada en la frontera de Melilla. Regatear en la olla el dedo de una mujer española en busca del pollo que no hay. Regatear la manta que no llega, la foto que no es gratis. Un bazar donde el valor de las cosas cambia como las partes del desierto. Un desierto al que se va a cambiar unas cosas por otras, quizá mejores, quizá solo más antiguas. En la noche que da paso a un nuevo año, éste se celebra dos veces: el que entra en España y el que en la franja horaria local. Y no sabrías encontrar una diferencia. Por un momento, incluso aquí todo tiene finalmente un mismo valor.
martes, 14 de enero de 2014
Uliserráneo
Siberia con sol
lunes, 13 de enero de 2014
un rato en el neolítico
El paseo por las Gargantas del Todra halla a su paso, en
la parte más alta de la montaña, una casa bereber. En ella, mujeres, niños, una
gallina que te libra de pensar que allí ordeñan a las piedras. En la
inmigración marroquí -dice I.- es la mujer la que se apaña, la que lucha y la
que aguanta mientras los hombres se entregan al desaliento. Quizá porque para
alguien habituado a vivir en otro tiempo, hacerlo en un espacio extraño y
hostil ha de ser solo el mismo día pedregoso pero extraña, prodigiosamente
domesticable.
domingo, 12 de enero de 2014
cachivaches de la identidad
la sal de la tierra
sábado, 11 de enero de 2014
manta que asfixia
El cielo protector que Paul Bowles pusiera a velar por el
escaso sueño de tres turistas norteamericanos en 1949 en su novela del mismo
título ha pasado, en los 65 años transcurridos, de proteger a condenar a
quienes, como ellos, afrontan el desierto del Sáhara con similar ignorancia
acerca de los peligros que les esperan. Robados, chantajeados, mentidos,
abandonados a su suerte, dejados morir llegado el caso, lo que no saben cuando
se embarcan en un tren, un autobús o una lancha rumbo a un lugar mejor podría
no depender de no saberlo. La verdad es probablemente aún más terrible: condenados
al desierto económico, social, político, laboral en sus lugares de origen
–Sudán, Nigeria, Camerún, Congo-, una enciclopedia a su disposición que
describiera minuciosamente los horrores del viaje y el páramo que pudiera
esperarles, hacinados, en la isla de Lampedusa o, libres de mendigar, en
cualquiera de las esquinas europeas, acaso no cambiara un ápice su decisión de
jugarse la vida como si ésta fuera una patera de por sí, varada ya desde su
nacimiento. El relato de su periplo –años empleados solo en intentar salir de
África, perseguidos por la policía, prisioneros de mafias, expoliados,
deportados, mendigos permanentes de medios de subsistencia y de derechos
elementales, hace pensar que los afortunados no son los que llegan sino los que
fallecen intentándolo. Duele leer en El País 17.1 el relato, tan familiar, de
un accidente a bordo de un autobús repleto de emigrantes que parte de la
capital de Mali y, 60 km. después, sufre una avería en el eje de la dirección.
Alguien saca una guitarra. El diferencial de prosperidad está ahí. El dinero
también, solo que en otras ruedas, éstas inmunes a pinchazos –“demasiada gente –escribe José Naranjo- ganando dinero a costa de los migrantes,
policías, pasadores, choferes, como para que se detenga este inmenso río de mil
afluentes. Será más difícil, más peligroso, más oculto, más osado. Ya lo está siendo.
Pero también igual de imparable.” No se mata delante de la gente –dice una monitora al
organizar un juego.
donde salta la liebre
lego todo
viernes, 10 de enero de 2014
isla + m
cómo empezar una tradición
jueves, 9 de enero de 2014
Volver como nuevo
Fabular arena
miércoles, 8 de enero de 2014
rebajas
en propiedad
reencarnarse en adobe
martes, 7 de enero de 2014
de este agua
Una película –La fuente de las mujeres- que cuenta cómo
un grupo de mujeres marroquíes intenta conseguir que los hombres canalicen el
agua hasta el centro del pueblo sirve para exponer el ejemplo opuesto y más
real: una fuente financiada por una ong, instalada en el centro de una
población genera una protesta masiva y furibunda de las mujeres de la zona,
privadas así de la única forma de salir de casa y socializar: caminar los 5 km.
de ida y los 5 de vuelta que les separan del pozo. Asi que el nuevo acaba siendo
cerrado. La fuente legal no trata mejor a la mitad de la población marroquí en
las zonas rurales. Según I., apenas una tercera parte de la herencia que
legalmente correspondiera a las mujeres acaba en sus manos. Y eso es si sus
hermanos, tíos o primos no escogen un final peor. Como en el ejemplo real, la
fuente central es tan perjudicial para sus derechos como lo sea la periférica:
no pocas veces la propia madre es la primera que comercia con su hija al
arreglar –qué verbo- un matrimonio temprano, en el que no es infrecuente que
los novios esperen al día de la boda para conocerse. Y eso es si se casa. Tener
un hijo fuera del matrimonio, incluso si es por violación, supone que el niño
acabe en un orfanato. Condenada desde entonces a vivir soltera, ni siquiera la
mujer que lo diera podría, con los años, llegar a adoptar a su propio hijo. La
prostitución abundante, si no ubicua, cierra un círculo de sumisión y
secretismo que tiene, como otros círculos, el problema de lo concéntrico: de lo
que, un poco más adentro, un poco más afuera, perpetúa el mismo diseño social.
Cuántas de las japonesas que T. viera casadas con marroquíes en esta misma zona
hace años serán hoy fuente y cuántas solo mujeres.
el viaje a ninguna parte
bajo el cielo estrellado
El sonido que emite un autobús al partirse la columna de
dirección y desplomarse la parte de delante del chasis es el de un cuchillo que
estuviera siendo afilado por la carretera que parte la estepa marroquí en dos,
pasado Guercif. Felizmente en el desierto hay más rectas que curvas y quizá eso
nos salva. Para compensar, lo que viene después es el posible sueño de un
muerto: al pie de las luces delanteras del autobús varado, una fiesta donde se
canta, bebe y baila se muestra como un espejismo a ojos de quienes pasan. Sin
saber aún que el periplo acabará como empezara –varados en medio del
mediterráneo a la espera de que el temporal amaine-, el viaje empieza como
merece el paisaje: dejando en tierra de nadie los pies que trajeras.
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