lunes, 26 de agosto de 2013

crimen y repetición


Fatigado por el viaje, lo primero que ve uno realmente de San Petersburgo, lo primero que te hace entender dónde te hallas, sucede en las escaleras del suntuoso y deteriorado edificio de Perspectiva Nevsky que llevan al apartamento donde nos esperan. Si la casa en la que Dostoyevski ubicara a Raskólnikov, el escenario probable, figura en las guías como dos edificios separados por unos pocos pasos, bien pudiera ser que la escalera en la que éste se refugia tras asesinar a la anciana fuera esta que, al otro lado de la ciudad, subimos para dejar las maletas. Publicada cuatro años antes de que Raskólnikov purgara su crimen en Siberia, pero contando la suerte mimética de Alejandro Petróvich en esa misma cárcel por similar causa, Dostoyevski describiría en La casa de los muertos la necesidad de ficción que mejor entendiera, no la de Raskólnikov, no la de Petróvich, sino la suya propia: enviado a Siberia durante cinco años, él era ya ambos -“En esta obra, como en las precedentes, había que suplir con la imaginación lo que no veían los ojos. A guisa de telón de fondo colgaba una especie de tapiz o cobertor; a la derecha habían colocado unos biombos destartalados; a la izquierda, sin cerrar, se veía una cama. Pero los espectadores no eran muy exigentes y estaban dispuestos a completar con su imaginación lo que faltaba en la realidad. A partir del momento en que se les decía que aquello era un jardín, una habitación o un camino, lo veían así, sin ningún género de duda.”  

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