Si el eco del cañón que disparara hacia
Polonia las cenizas de Gregorio Otrépiev, el monje que se hiciera pasar por
heredero de Iván IV en 1605, se había desvanecido ya mucho antes cuando Tolstói
nació en 1828, el eco de la obra de Pushkin apenas comenzaba a asentarse
plenamente cuando Tolstói escribió en 1898 El padre Sergio, relato de la
aventura inversa: un príncipe destinado a la grandeza que acaba pronto en monje
dudoso. La abadía de la que saliera Otrépiev para aspirar a una farsa con más
futuro pudo haber tenido una biblioteca, y en ella, quizá el texto –Ricardo
III- que Shakespeare escribiera solo doce años antes sobre un príncipe que
finge recluirse en una abadía para poder fingir más adecuadamente el rechazo al
trono que… ha encargado se pida para él. Si el monje Otrépiev no lo leyó, sí lo
hizo Pushkin, quien en 1825 incluiría en su Boris Godunov la reclusión de éste
en una abadía para en ella mejor fingir desinterés hacia el trono que se le
ofrece y por supuesto ansía. En un país donde tan familiares parecen los
pasillos entre las ventajas de la renuncia fingida y el obvio apetito por el
poder, ver en su actual presidente al zar que probablemente es, suena menos a prueba
del delito que a tradición.
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