martes, 27 de agosto de 2013

bala que vuelve al cañón


Si el eco del cañón que disparara hacia Polonia las cenizas de Gregorio Otrépiev, el monje que se hiciera pasar por heredero de Iván IV en 1605, se había desvanecido ya mucho antes cuando Tolstói nació en 1828, el eco de la obra de Pushkin apenas comenzaba a asentarse plenamente cuando Tolstói escribió en 1898 El padre Sergio, relato de la aventura inversa: un príncipe destinado a la grandeza que acaba pronto en monje dudoso. La abadía de la que saliera Otrépiev para aspirar a una farsa con más futuro pudo haber tenido una biblioteca, y en ella, quizá el texto –Ricardo III- que Shakespeare escribiera solo doce años antes sobre un príncipe que finge recluirse en una abadía para poder fingir más adecuadamente el rechazo al trono que… ha encargado se pida para él. Si el monje Otrépiev no lo leyó, sí lo hizo Pushkin, quien en 1825 incluiría en su Boris Godunov la reclusión de éste en una abadía para en ella mejor fingir desinterés hacia el trono que se le ofrece y por supuesto ansía. En un país donde tan familiares parecen los pasillos entre las ventajas de la renuncia fingida y el obvio apetito por el poder, ver en su actual presidente al zar que probablemente es, suena menos a prueba del delito que a tradición. 

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