miércoles, 28 de agosto de 2013

tu mano contra ti


Un siglo antes de que stalin lo convirtiera en el eje mismo del terror paranoico con que se manejó su régimen durante décadas, el contagio del crimen presunto que podía pasar del acusado al acusador, del prisionero al vigilante como si de una espora se tratara, ya se daba en Rusia en 1840 cuando, citado por Kapuscinski, el general polaco Kopéc, trasladado a Siberia en algo parecido a un baúl, desprovisto de nombre, reducido a un número, acarreaba sobre quienes le transportaban y vigilaban la amenaza del peor de los contagios –el de atraer acaso idéntico castigo con solo hablar con él, con solo saber su nombre o porqué viajaba confinado en un baúl. Diluir la definición de culpabilidad está en el origen de la sospecha, del miedo, de la delación, finalmente, de cualquier forma de autoridad que no necesita dar explicaciones. “En el estalinismo alguien pegaba a otros en su calidad de oficial interrogador, después lo metían en la cárcel y le pagaban a él, cumplida la condena salía y se vengaba. Era un mundo de círculo cerrado”-cuenta Kapuscinski. Incluso en el momento más decisivo, la confusión iba a jugar a favor de stalin: cuando la alemania nazi fue derrotada en Leningrado, la guerra real y la ideológica eran ya indistinguibles, de tan apretadas en el podio. Los honores ganados allí se condecoraron aquí. Después de años interminables de desnutrición, crimen y despojo, quién no querría camuflar en el pinchazo de la medalla el del hambre.

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