sábado, 31 de agosto de 2013

me-moría



Para alguien que, como Kapuscinski durante sus recorridos como periodista, no debió cruzar uno solo de los múltiples puentes que hay en Moscú o San Petersburgo sin pararse en medio a contemplar las vistas, ubicar como primer recuerdo infantil en El imperio el puente que las tropas del ejército ruso le impidieron cruzar mientras huía de la devastación de la guerra en 1939 debía pertenecer al mismo nivel de irrealidad que recordar, viajando en el transiberiano de adulto, los trenes que diezmaran su población natal en Polonia durante los primeros días de las deportaciones a los campos de exterminio en Siberia. De no haber hallado tanto dolor, tanta y tan reconocible miseria en su periplo por el país que arrasara el suyo décadas antes, quizá la generosidad en la mirada de Kapuscinski, su ausencia de ira o de rencor, le hubiese sido más difícil de encontrar. Del frío que congelara su niñez y apenas el hambre pasa a hablar, veinte años después, de las nieves siberianas donde perdieran la vida tantos de sus conocidos. Pero ese nexo no existe en su texto. E incluso el relato de la esquizofrenia aduanera rusa de 1959 admite el humor, la renuncia ala crispación a la que cualquiera tendría más que derecho, sometido a lo que narra –“¡esos dedos deberían esculpir el oro y tallar diamantes! ¡esos movimientos microscópicos, esa exactitud, esa sensibilidad, ese virtuosismo!” –dirá de la pulsión maníaca de los aduaneros ante un saco de sémola.
Como si fueran tres ciudades más de las que visitara, sendas citas que abren el relato fragmentado de sus años comprimen un siglo de la vida de la Unión soviética –“En Rusia, toda la energía del artista debe concentrarse en mostrar dos fuerzas: el hombre y la naturaleza. Por un lado, debilidad física, nerviosismo, pronta madurez sexual, deseo apasionado de vida y de verdad, sueños de poder actuar amplios como una estepa, análisis llenos de inquietudes, insuficiencia del saber frente al alto vuelo del pensamiento; y por el otro, una llanura infinita, un clima severo, severo y gris el pueblo con su historia difícil y lóbrega, la herencia tártara, el yugo de la burocracia, el oscurantismo, la pobreza, el clima húmedo de las capitales, la apatía eslava, etc. La vida rusa machaca al ruso hasta tal punto que éste no logra reponerse, lo muele como muele un palo de mil puds” –Chéjov. “La aventura de la Unión soviética es la mayor experiencia, al tiempo que el problema más importante de la humanidad” –Edgar Morin. “El régimen que nos gobierna no es sino una amalgama de la vieja nomenklatura, de tiburones financieros, de falsos demócratas y de kgb. No puedo llamarlo democracia; es un híbrido repugnante que no tiene precedentes en la historia y del que se ignora la dirección que tomará… pero si esta alianza vence, nos explotarán no setenta, sino ciento setenta años” –Solzhenitsin. 

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