lunes, 26 de agosto de 2013

la hoz y el apóstol


En el proceso que aprovechaba la cortina de humo dejada por las demoliciones de las iglesias para erigir  parecidos altares con símbolos solo ligeramente nuevos, stalin sumó al simbolismo profético del revolucionario incomprendido que cuenta el nuevo testamento, la ira explícita que alberga el antiguo. Lo que no lograra una aceptación del mesías nuevo basada en la familiaridad histórica con “zares impostores, falsos profetas, iluminados y fanáticos santones”, lo iba a lograr, vía deportación, la represión salida de esa otra imagen advertida en los oficios religiosos durante siglos –la justicia de las siete plagas. La confluencia de desdicha y fortuna tragicómica que recayera sobre las iglesias no volatilizadas lo cuenta Kapuscinski en El imperio: “las iglesias que mejor se han conservado son las que los bolcheviques convirtieron en centros de lucha contra la religión. Llamados Museos del ateismo, se convirtieron en sedes de exposiciones permanentes que explicaban que la religión era el opio del pueblo. Inscripciones y dibujos decían que Adán y Eva eran personajes de cuentos de hadas, que los curas quemaban en piras a las mujeres, que los papas tenían amantes y que los monasterios eran nidos de homosexuales. Había miles de estas exposiciones por todo el país, y, cuando tiempo ha alguien venía al Imperio, la visita a un museo del ateismo era parada obligatoria en el programa. Estas fueron las mejor libradas. Las otras fueron convertidas en caballerizas, establos, depósitos de combustible, almacenes, etc.”
Cita cómo desde octubre de 1917 fueron destruidos entre veinte y treinta millones de iconos. También su destino: como dianas en los campos de tiro. Como esteras para cubrir en las minas pasillos siempre inundados. Como material para hacer cajas de patatas. Como tabla de cocina sobre el que cortar carne y verduras. Para alimentar chimeneas y estufas. Directamente en piras públicas. Extraído de la misma metáfora, y del mismo libro, en la que lo que no servía por socialmente nocivo, servía para ser destruido de una forma solo algo más práctica, el icono del estalinismo y asesino a cargo de los campos de la muerte de Kolymá –stepán garanin, herrero, semianalfabeto- que nada más llegar a su nuevo cargo en diciembre de 1937 preguntara si hay presos que se escabulleran del trabajo para, acto seguido, ejecutarles con su propia pistola. Unos metros más adelante, iba a repetir la pregunta, inquiriendo sobre los obreros que trabajaran más de lo normal, más de lo que se les pidiera. Se le entregó una pistola nueva. Disparó hasta matar a todos. 

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