En el proceso que aprovechaba la cortina de
humo dejada por las demoliciones de las iglesias para erigir parecidos altares con símbolos solo
ligeramente nuevos, stalin sumó al simbolismo profético del revolucionario
incomprendido que cuenta el nuevo testamento, la ira explícita que alberga el
antiguo. Lo que no lograra una aceptación del mesías nuevo basada en la
familiaridad histórica con “zares
impostores, falsos profetas, iluminados y fanáticos santones”, lo iba a
lograr, vía deportación, la represión salida de esa otra imagen advertida en
los oficios religiosos durante siglos –la justicia de las siete plagas. La
confluencia de desdicha y fortuna tragicómica que recayera sobre las iglesias
no volatilizadas lo cuenta Kapuscinski en El imperio: “las iglesias que mejor se han conservado son las que los bolcheviques
convirtieron en centros de lucha contra la religión. Llamados Museos del ateismo,
se convirtieron en sedes de exposiciones permanentes que explicaban que la
religión era el opio del pueblo. Inscripciones y dibujos decían que Adán y Eva
eran personajes de cuentos de hadas, que los curas quemaban en piras a las
mujeres, que los papas tenían amantes y que los monasterios eran nidos de
homosexuales. Había miles de estas exposiciones por todo el país, y, cuando
tiempo ha alguien venía al Imperio, la visita a un museo del ateismo era parada
obligatoria en el programa. Estas fueron las mejor libradas. Las otras fueron
convertidas en caballerizas, establos, depósitos de combustible, almacenes,
etc.”
Cita cómo desde octubre de 1917 fueron
destruidos entre veinte y treinta millones de iconos. También su destino: como
dianas en los campos de tiro. Como esteras para cubrir en las minas pasillos
siempre inundados. Como material para hacer cajas de patatas. Como tabla de
cocina sobre el que cortar carne y verduras. Para alimentar chimeneas y
estufas. Directamente en piras públicas. Extraído de la misma metáfora, y del
mismo libro, en la que lo que no servía por socialmente nocivo, servía para ser
destruido de una forma solo algo más práctica, el icono del estalinismo y
asesino a cargo de los campos de la muerte de Kolymá –stepán garanin, herrero,
semianalfabeto- que nada más llegar a su nuevo cargo en diciembre de 1937
preguntara si hay presos que se escabulleran del trabajo para, acto seguido,
ejecutarles con su propia pistola. Unos metros más adelante, iba a repetir la
pregunta, inquiriendo sobre los obreros que trabajaran más de lo normal, más de
lo que se les pidiera. Se le entregó una pistola nueva. Disparó hasta matar a
todos.
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