Si cada libro lanzado al fuego por el nazismo se ha reencarnado con el tiempo en uno nuevo, escrito años después, acerca de la mano que los arrojara, la literatura sobre el estalinismo trasciende la justicia que llegaría, en su mayor parte, a su muerte, para proyectarse hacia atrás, incluso antes de que el propio stalin naciera. Qué mejor memorial que uno hecho de los libros que hablan de ti, escritos por aquellos a los que no pudiste matar porque ya llevaban años o siglos a salvo. También esa otra referencia literaria, de la que Pushkin dejara su versión en 1830: la de la estatua del Comendador asesinado por Don Juan, a la que éste invita a cenar a su morada como fanfarronada, solo para ver cómo aquella se compromete a ir para invitarle a ver la suya. Cuántas de las estatuas que pueblan los cementerios de Moscú y de San Petersburgo soñarán con una oportunidad así.
De más lejano a más próximo:
“sabemos,
ciudadanos moscovitas, que habéis sufrido mucho bajo el yugo del vil usurpador.
Ejecuciones, destierros, hambre, cárceles, impuestos, deshonra. En cambio
Dimitri se propone beneficiar a todos: a boyardos, nobleza, militares,
comerciantes y a todo el pueblo honorable. ¿Rechazaréis esta merced, ufanos, y
os obstinaréis como dementes? Sepáis que él viene a ocupar el trono de sus
antepasados, sostenido por fuerzas invencibles. No enojéis al zar legítimo,
temed a dios.” -escribió Pushkin en 1830 en Boris Godunov.
“me pareció
de pronto que a mí, hombre solitario, me abandonaba todo el mundo, que todos me
rehuían” –escribió Dostoyevski
en 1848 en Noches blancas.
“Resuenan
las bíblicas palabras de la mujer de Job: “maldice el día en que naciste y
muere”. Quien no quiera escuchar estas palabras, aquel a quien pensar en la muerte,
no le atraiga sino que le espante, éste debe tratar de ahogar semejantes voces
con algo incluso más escandaloso. El hombre sencillo lo entiende muy bien, pues
entonces libera a placer toda su bestial simpleza… sin ser especialmente
sensible en otras circunstancias, en éstas se vuelve doblemente maligno” –escribió Leskov en 1865 en Una lady Macbeth de
Mtsensk.
“entre
tanto, aquel gigante indestructible y presuntuoso también vivía momentos de
melancolía y vacilación. Sin causa aparente, de pronto comenzaba a sentir un
profundo tedio. Se encerraba en una habitación y aullaba, aullaba como todo un
enjambre de abejas” –escribió Turguéniev
en 1870 en El rey Lear de la estepa.
“todos le
olvidaron, y lo que a él le parecía, en lo tocante a su persona, una injusticia
palmaria y cruel, era considerado por los demás como un asunto perfectamente
normal. Ni siquiera su padre se creyó obligado a ayudarle… se dio cuenta de que
todos le habían abandonado” –escribió Tolstói en 1886 en la muerte de Ivan Ilich.
“Como el
herrumbroso cielo de hojalata, como un poste, como un dedo. Donde siempre, él.
Como el destino. Menos cuarto. Puntual, ¿eh?. La muerte no espera. Ligero, su
sombrero se alza” –escribió Tsvetáieva
en 1924.
“El perro
gemía, rugía, se agarraba a la alfombra, arrastrándose sobre el trasero como en
el circo. En medio del despacho, sobre la alfombra, yacía la lechuza destripada
de la que salían unos trapos rojos… y sobre la mesa, un retrato hecho añicos” –escribió Bulgákov en 1925 en Corazón de perro.
“se tumbó a
dormir y olvidarse de sí mismo. Pero el sueño requiere tranquilidad de mente,
que ésta confíe en la vida y que uno haya perdonado el dolor vivido. Yacía con
seca tensión en la conciencia, sin saber si era útil en el mundo o si todo
podía arreglarse perfectamente sin él… con débil voz de duda, un perro hizo
saber que estaba cumpliendo con su trabajo” –escribió Platónov en 1929 en La excavación.
“Diecisiete
meses hace que grito llamándote a casa. Me he postrado a los pies del verdugo,
hijo mío, terror mío. El mundo entero es confusión y yo ya no sé distinguir
quién es la bestia y quién el hombre” –escribió Ajmátova en 1939.
Final, alegóricamente, lo que cuenta Luis Matías López en La huella roja: cómo,
en una misión espacial anterior a la Mir, “cuando
hubo que romper los huevos de codorniz, se vio que a los polluelos les faltaba
la cabeza”.
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