sábado, 31 de agosto de 2013

vivir dentro de la premonición



Como también, en menor medida, Turguénev, Dostoyevski, Gorki, Pasternak o Ajmátova, Tolstói  logró algo que otros tantos de los mejores escritores rusos del XIX y el XX solo lograron en sus libros: sobrevivir. Trágicamente, en sus 82 años de vida caben, enteros, los que apenas resistieran Pushkin y Gógol juntos. También los que, sumados, lograran vivir Chéjov y Mayakovski. Y solo catorce menos de los que diera de sí la existencia conjunta de Mandelshtam y Bulgákov. Los cuatro últimos aún vivían cuando Tolstói publicó en 1885 su relato Las tres preguntas, la historia de un zar que “pensó una vez que si siempre supiera en qué momento comenzar cada tarea; si además supiera qué personas hay que consultar y cuáles no; y, sobre todo, si siempre supiera cuál de todas las tareas es la más importante, entonces nunca se equivocaría al tomar decisiones”. Convocado todo el reino a responder a esas preguntas, unos “respondieron que hay que hacer de antemano un programa del día, del mes y del año, y actuar estrictamente de acuerdo con lo fijado”. Otros, que “las personas más necesarias eran sus ministros, otros que los sacerdotes, otros que los médicos, y otros, por fin, que los guerreros”. A la tercera cuestión “unos respondieron que la tarea más importante era la guerra, y otros, que el culto a dios”.
Los cementerios de Novodevichy en Moscú y de Tijvin en San Petersburgo están repletos de las víctimas, lentas o instantáneas, de cada una de esas respuestas. Y no sorprende que alguna de sus tumbas, camufladas bajo la vegetación, sean imposibles de localizar pese al mapa, como si el anonimato fuese preferible a exponer tu nombre en el mismo recinto que alberga los de no pocos de los carniceros que, directa o indirectamente, un poco antes o un poco después del tiempo que les tocara morir, fuesen responsables o acólitos fieles del régimen que trajera la ruina de los primeros. Al igual que Chéjov, Mayakovski, Mandelshtam o Bulgákov, Nicolas II y Lenin, nacidos con apenas dos años de diferencia, pudieron haber leído la fábula de Tolstói cuando adolescentes, aunque dudosamente en él la compasión y el perdón del que habla. Ninguno de los dos podía saber entonces que los planes quinquenales, los crímenes de beria, los embalsamadores de la revolución y el ejército rojo estaban ya ahí, esperando en esa página escrita tres décadas antes de que las respuestas reales vinieran a buscarles. 

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