Como también, en menor medida, Turguénev, Dostoyevski,
Gorki, Pasternak o Ajmátova, Tolstói logró algo que otros tantos de los mejores escritores rusos
del XIX y el XX solo lograron en sus libros: sobrevivir. Trágicamente, en sus
82 años de vida caben, enteros, los que apenas resistieran Pushkin y Gógol
juntos. También los que, sumados, lograran vivir Chéjov y Mayakovski. Y solo catorce
menos de los que diera de sí la existencia conjunta de Mandelshtam y Bulgákov. Los
cuatro últimos aún vivían cuando Tolstói publicó en 1885 su relato Las tres
preguntas, la historia de un zar que “pensó
una vez que si siempre supiera en qué momento comenzar cada tarea; si además
supiera qué personas hay que consultar y cuáles no; y, sobre todo, si siempre
supiera cuál de todas las tareas es la más importante, entonces nunca se
equivocaría al tomar decisiones”. Convocado todo el reino a responder a
esas preguntas, unos “respondieron que
hay que hacer de antemano un programa del día, del mes y del año, y actuar
estrictamente de acuerdo con lo fijado”. Otros, que “las personas más necesarias eran sus ministros, otros que los
sacerdotes, otros que los médicos, y otros, por fin, que los guerreros”. A
la tercera cuestión “unos respondieron
que la tarea más importante era la guerra, y otros, que el culto a dios”.
Los cementerios de Novodevichy en Moscú y de Tijvin en San Petersburgo están
repletos de las víctimas, lentas o instantáneas, de cada una de esas
respuestas. Y no sorprende que alguna de sus tumbas, camufladas bajo la
vegetación, sean imposibles de localizar pese al mapa, como si el anonimato
fuese preferible a exponer tu nombre en el mismo recinto que alberga los de no
pocos de los carniceros que, directa o indirectamente, un poco antes o un poco
después del tiempo que les tocara morir, fuesen responsables o acólitos fieles del
régimen que trajera la ruina de los primeros. Al igual que Chéjov, Mayakovski,
Mandelshtam o Bulgákov, Nicolas II y Lenin,
nacidos con apenas dos años de diferencia, pudieron haber leído la fábula de
Tolstói cuando adolescentes, aunque dudosamente en él la compasión y el perdón
del que habla. Ninguno de los dos podía saber entonces que los planes
quinquenales, los crímenes de beria, los embalsamadores de la revolución y el
ejército rojo estaban ya ahí, esperando en esa página escrita tres décadas
antes de que las respuestas reales vinieran a buscarles.
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