Rusia y la iglesia ortodoxa rusa defienden al
régimen sirio que viene de lanzar armas químicas contra la población civil
cerca de Damasco, hace una semana. Cuando se lee “defienden” es, en el primer
caso, literal: rusos son los sistemas de defensa antiaérea que el régimen sirio
tiene a su disposición. Tanto como –coincidencias- siria es la única gran base
militar que Rusia tiene en el exterior. La iglesia hace un uso más amplio del
verbo, pues lo que defiende es al 10% de la población cristiana de ese país,
que goza de libertad de culto. Aunque lo que menos interese a los popes sea
justo la libertad de culto y sí que esa décima parte de la población escoja la
opción que ellos venden. Pues, de estar interesados en la libertad, de culto o
no, acaso condenarían al régimen que viene sozugando y masacrando, como poco,
al 90% restante de la población. El parlamento ruso aprobó en julio de este año
una ley que prohíbe la propaganda que apoye orientaciones sexuales no
tradicionales y estos días debate prohibir que los homosexuales puedan donar
sangre. “¡Rusia para los rusos! –cita
Kapuscinski un mitín al que asistiera en 1992, no tan superado- el meollo de la cuestión consiste en la
conciencia del ruso contemporáneo entre el criterio de la sangre y el de la
tierra. ¿Hacia dónde tender? El criterio de la sangre impone el mantenimiento
de la pureza étnica de la nación rusa. Pero una parte étnicamente pura no es
más que una parte del Imperio de hoy. ¿Y que pasa con el resto? En el criterio
de la tierra se trata de mantener el Imperio actual. Pero entonces resulta del
todo imposible mantener la pureza étnica de los rusos”. La pureza dentro de
la prioridad racial, la soberanía dentro de los intereses bastardos, el derecho
a la fe dentro de la contabilidad de la base de clientes. Cuando un imperio se
desvanece, sus fronteras mentales
siguen teniendo dentro más de lo que deben.
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