viernes, 30 de agosto de 2013

un anillo para atraerlos a todos


Cosas que ver viajando por las poblaciones rurales al noroeste de Moscú: sus bosques frondosos de abedules y pinos que llevan hasta el primero de sus pueblos, Sergiev Posad, y que se alternan con llanuras inmensas salpicadas de hileras de casas de madera, no pocas de ellas derruidas, a las que solo el diseño de sus marcos y la inclinación de sus tejados distinguen del paisaje norteamericano de las carreteras de Mississippi o Alabama. El tronco de árbol tallado y pintado que espera a la salida de un cambio de rasante, simulando ser un coche de policía. Los tres hombres que entran súbita, discretamente en la catedral del monasterio de San Eutimio, en Suzdal, y cantan en el altar para los seis que estamos, como si no hubiese restauración posible mejor ejecutada que esa. Los manzanos repletos por doquier, también en el Monasterio Goritsky, en Pereslav-Zalessky, donde todo el paseo está adornado por el perfume dulzón que exhalan las innumerables manzanas que se pudren en el suelo a la sombra de sus copas. El lago inmenso e inverosímilmente inmóvil a la llegada a Rostov-Veliky. El craquelado de las nubes y la luna, llegando de noche a Suzdal tras la luz pictórica del Volga reflejada en Clyos. Los puestos enormes de peluches no menos gigantes, situados junto a moteles de camioneros en el tramo de carretera que va desde Vladimir a Moscú. El inglés que se habla con las manos por doquier.

No hay comentarios:

Publicar un comentario